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viernes, 10 de diciembre de 2010

Mi día de las velitas

El día de las velitas se ha convertido en una de las pocas tradiciones que aun no se dejan contagiar de la comercialidad en la que casi todas han caído, no se si tal vez sea por que es una fiesta en la que solo podés comercializar velas y faroles en caso extremo, o por que sea una actividad en la cual la gente se sumerge sin motivo alguno como una moda. Si preguntas a las personas que sacan su alumbrado y las velitas sin faltar cada año lo mas seguro es que ni siquiera sepan cual es el motivo, solo lo hacen por que “es una tradición” y cada año toca alumbrar. Hace poco leí que existen muchísimas historias acerca del origen y sentido del alumbrado, hasta ritos oscuros aparecieron en uno de los supuestos orígenes, pero el fin de esta cháchara es hablar acerca de mi visón de este día.

Empezaré como los cuentos clásicos. Hace muuucho tiempo en un lugar lejano, existía un niño muy bueno(?) que iba juicioso a la escuela y era el chiquitín de la clase, un niño normal que esperaba ansiosamente la hora del recreo para salir a corretear por toda la escuela en la que el mayor reto de ese descanso era salir ileso de las garras del abusador de turno. La escuela número 3 de niños Barrio Obrero era ese lugar. Su gobernante era el temido profesor Velásquez con su peinado tipo Elvis y sus pantalones bota campana; era un hombre temido en la escuela a pesar de su corta estatura. Sus gritos estremecían las instalaciones de la escuela y bastaba uno de ellos para poner el orden inmediato. Su castigo predilecto era levantar al individuo de las patillas y hacerlo caminar hasta su oficina, confieso que varias veces sufrí ese castigo y otros mas por parte de los demás profesores, pero eso es otra historia.

El día de las velitas siempre se celebró el 8 de diciembre y empezaba a planearse desde la semana anterior, por que para ese día todo debía estar perfecto desde la pinta hasta el farol en madera que lo hacía el carpintero del barrio por encargo anticipado por que tenía mucha demanda. El farol era un cubo en madera con las aristas en un listón delgado y una base en triplex que iba sujetada a un palo de escoba para agarrar; también recuerdo que en el medio de la base iba la infaltable base para la vela que era una tapa de gaseosa (nosotros le decíamos corcholata por que esos eran los materiales).

El ritual del 8 de diciembre, que no lo llamábamos noche de las velitas sino el día de la inmaculada, empezaba con la asignación de los colores de los faroles por parte del profesor Velásquez que daba un tono distintivo para cada salón con el fin de darle uniformidad al desfile. Una vez asignado el color y con el farol sin forrar tocaba salir a la papelería mas cercana y comprar un pliego de papel seda para forrarlo utilizando el popular engrudo, que por cierto yo lo azucaraba y me lo comía haciendo mas agradable la tarea.

Una vez listo el farol procedíamos (el farol y yo) a ir a la escuela en horas de la noche y con extremo cuidado para que los dos llegáramos a salvo para comenzar el desfile. Cuando ya estábamos en la escuela y después de los regaños de rigor para que nos formáramos y estuviéramos en orden llegaba la imagen de la Virgen María, nuestra homenajeada, para comenzar oficialmente el desfile. Salíamos desde la escuela por las vías principales de los barrios cercanos a ella en estricto orden de salones y estatura detrás de la imagen de la Inmaculada que iba en los hombros de los beatos del barrio, seguida por las beatas y curiosas del barrio, cantando muy desafinadamente el famosisimo tema de ES MARIA UNA BLANCA PALOMA (3 veces) QUE HA VENIDO A AMERICA (otras 3 veces) A TRAERNOS LA PAZ.... . Seguidamente iba la prole de la escuela luciendo un espectáculo multicolor de faroles (vuelvo y repito) en estricto orden marchando o caminando a la voz del “izquier, dos, tres, cuatro!” del director. El objetivo de la escuela era que todo saliera como se había planeado, mientras nuestro único objetivo era llegar con el farol completo debido a la furia de los depredadores que se camuflaban entre los espectadores, e incluso entre nosotros como espías, y cuyo fin era destruir los faroles con piedras pequeñas o con granos de maíz lanzados con las famosísimas zimbras que eran un arma letal para los pájaros y obviamente para los faroles y su papel seda, el cual al ser roto por la piedra o maíz sucumbía rápidamente al fuego de la vela haciendo que el farol se convirtiera en una verdadera antorcha y causando un pánico colectivo como si se tratase de un desastre natural del cual la única manera de escaparse es correr. Si sobrevivías a ese desfile debías considerarte afortunado, pero no tanto por que en la ruta de la escuela hasta la casa podrías ser victima de los hambrientos depredadores los cuales se sentían alentados ante la no presencia del profe Velásquez. En fin al llegar a casa y con el farol intacto como un trofeo de caza procedíamos a tirarlo en una esquina de cualquier cuarto y desbaratarlo para esperar el próximo año y hacer uno nuevo.

Así transcurría un día 8 de diciembre para mi, un día como cualquiera en el que era la victima de la ley del mas fuerte, pero que con el paso de los años fuimos mutando hasta convertirnos en los temidos depredadores rompe faroles. Ahora solo esperaba el 8 de diciembre con mi zimbra y con bastante munición como para una guerra de 100 días, con el único objetivo de destrozar la mayor cantidad de faroles que pudiera sin que el guardián de los faroles nos agarrara, esta vez no de las patillas (por que ya no alcanzaba) sino a patadas. Aunque la misión era mas difícil ya que la era del papel seda terminó y empezaba la del papel celofán.

Ese era el comienzo de diciembre y el inicio de las vacaciones, en otra ocasión les contare las cosas que hacia en ellas.

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